Nos remontamos a los años sesenta y setenta, donde el
marketing ofertaba millones de productos
para millones de personas. Los productos se venden solos, la diferenciación en
ellos aparece paulatinamente y cada día hay algo nuevo en el mercado.
Entonces, se introduce en el marketing la promoción como
base estratégica. Comienza la investigación en el mercado sobre qué tipos de
productos podría necesitar el consumidor, comenzar el proceso de fabricación y
acabar la cadena con su venta a un precio competitivo.
Y llegan los noventa, el marketing estratégico deja paso a
un marketing más táctico debido a las crisis económicas. Las compañías más
avanzadas quieren caracterizar las marcas, crear identidad; que los
consumidores vean reflejados sus gustos en la marca. El consumidor es partícipe de la personalidad de la
marca.
Nace el siglo XXI, la
palabra marketing va acompañada de otros términos: street marketing,
buzz Marketing, neuromarketing, social marketing… y un sin fin de ellas
alrededor de un mismo núcleo que no para de transformarse.
Finalmente, aparece una
nueva plataforma de la comunicación, Internet. Se convierte en el elemento
perfecto para darle al consumidor lo que quiere: estar informado, interactuar,
elegir sus propios contenidos, buscar sus marcas, seguirlas de cerca… La
empresa muestra sus valores y el consumidor elige los que más se asemejan a él.
Se crea un nuevo concepto que hoy en día sigue
vigente: es el consumidor quien quiere ser tu socio y él decide cuando se acaba la relación.